El síndrome de inmovilidad es una de las situaciones que se dan con cierta frecuencia en las personas de edad muy avanzada. Muchas veces se debe a la necesidad de estar en cama durante un tiempo más o menos prolongado, en el domicilio o en el hospital, a causa de alguna enfermedad o intervención quirúrgica; pero también como consecuencia de una actitud personal, derivada, por ejemplo, del miedo a caerse si sale a la calle, restringiendo progresivamente sus movimientos hasta el punto de perder completamente su capacidad de deambulación y convertirse en una persona dependiente.
Cuando es la enfermedad la que obliga a estar durante un tiempo en cama, se produce lo que los geriatras denominan cascada de acontecimientos: la enfermedad y la fiebre producen una disnea en el paciente que se prolonga durante unos días, puede complicarse con un síndrome confusional que hace que no participe activamente en los cuidados necesarios y limite su capacidad de caminar o cambiar de postura. Y esto lleva a:
- Pérdida de masa y fuerza musculares.
- Úlceras en los talones.
- Dificultad para mantener el equilibrio y caminar sin ayuda.
- Un elevado riesgo de caídas.
- Incapacidad para realizar las actividades básicas de la vida diaria.
Además pueden surgir otras complicaciones, como escaras por decúbito al permanecer acostados durante mucho tiempo, problemas de deglución, dificultad para alimentarse, deshidratación, inicio de demencia, etc. Y todo ello, además de una situación de gran dependencia, conlleva un elevado riesgo de fallecer como consecuencia del síndrome de inmovilidad.
Es importante señalar que en ocasiones este problema se produce sin necesidad de que la persona mayor sufra una enfermedad y necesite ser hospitalizada para ser tratada. En ocasiones el síndrome sobreviene de forma lenta y gradual por una actitud de abandono por parte de la persona mayor, de manera que empieza a limitar su actividad física, acaba por no salir a la calle e incluso moverse lo mínimo posible en casa.
Puede ser suficiente el haber sufrido una caída, sentirse insegura al caminar y tener miedo a sufrir una factura. Pero el problema es también que muchas veces esto ocurre con la complicidad de los familiares, ya que desarrollan una sobreprotección de la persona, en vez de animarla y motivarla para que mantenga su actividad social, salga a la calle y se mantenga activa.
Y ello conlleva una serie de consecuencias:
- Favorece la hipotensión ortostática.
- Afecta a la circulación sanguínea y a la capacidad respiratoria.
- Reduce la tolerancia al ejercicio.
- Favorece la trombosis venosa profunda y el tromboembolismo pulmonar.
- Causa disnea y sensación de ahogo.
- Produce atrofia muscular y deformidades articulares.
- Incontinencia urinaria y fecal.
- Deprivación sensorial y deterioro cognitivo.
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Trastornos digestivos, metabólicos, fisiológicos o cutáneos.
Es un círculo vicioso del que es muy difícil salir y que puede llevar a convertir a la persona en totalmente dependiente y finalmente causar su muerte. El problema, por tanto, hay que afrontarlo desde un inicio con un programa adecuado de rehabilitación física y de adaptación al entorno teniendo en cuenta sus limitaciones.