La poliomelitis y la viruela son un claro ejemplo del efecto preventivo de las vacunas frente a determinadas infecciones. Son dos enfermedades ahora prácticamente erradicadas en el mundo desarrollado pero unas cuantas décadas atrás causaban una gran mortalidad infantil o dejaban graves secuelas.
Los recién nacidos gozan durante unas pocas semanas de la protección adquirida en el útero materno a través de la placenta. Pero transcurrido ese tiempo estarán desprotegidos frente a infecciones como la difteria, sarampión, paperas, meningitis, tos ferina, varicela, neumonía, hepatitis, etc.
Aquí entran en juego las vacunas. Cada año, las autoridades sanitarias elaboran un calendario vacunal que marca las pautas de vacunación frente a muchas de estas enfermedades. En España es la Asociación Española de Pediatría (AEP) la que determina qué vacunas y en qué momento deben administrarse a los niños desde el momento de su nacimiento hasta la edad de 14 años. El pediatra indicará a los padres cuándo deben acudir a vacunar a sus hijos.
Como sucede con cualquier medicamento, las vacunas no están exentas de eventuales efectos adversos, aunque esta posibilidad es muy reducida. El beneficio es en todos los casos mucho mayor que el riesgo, de ahí que las vacunas incluidas en el calendario vacunal lo están por recomendación de las autoridades sanitarias internacionales al haber demostrado su eficacia y los beneficios que aportan.