La manzana es una de esas frutas saludables que no necesita ser recomendada.
En la mitología griega era considerada como panacea de cualquier mal. Y en tiempos no tan antiguos se llegó a decir de ella (American Medicine, 1927) que era efectiva en “acidosis, gota, reumatismo, ictericia, autointoxicación y cualquier mal de hígado o vías biliares”.
Su procedencia se centra en Asia y Oriente Medio. Existen miles de variedades. En España, solamente en Asturias, la “patria” de la sidra, se conocen unas 270 variedades.
Comer manzanas favorece la limpieza y el tránsito intestinal, tanto en el estreñimiento como en la diarrea. Y un intestino fisiológicamente sano, incrementa significativamente la buena función del hígado y de cualquier célula.
Las manzanas se muestran muy útiles en controlar las cifras de colesterol por su contenido en pectina, fibra soluble que regula la absorción de grasas y de azúcares. Además, es la fruta de mayor contenido en fructosa -glucosa y fructosa son los azúcares de la fruta-, lo cual le confiere la propiedad de controlar mejor el apetito y hace recomendable su consumo en diabéticos.
Posee un buen contenido en potasio y vitamina C, aunque al pelarla pierde bastante cantidad de vitamina C.
Es sumamente acertado un consumo de 2 ó 3 manzanas diarias, mejor con piel, rayadas o troceadas con yogur natural.

Hoy día se valora su contenido en un antioxidante, la quercetina, como valor sobreañadido para la salud celular.
Uno de los refranes más conocidos entre los anglosajones es el de que “una manzana al día mantiene al médico alejado”.
No obstante, aunque la manzana se presente como competidor médico, no por ello dejaré de promover su aconsejable consumo.