El cociente de inteligencia (CI) es la única escala actualmente disponible para medir la capacidad intelectual de una persona, aún cuando ésta va mucho más allá del pensamiento lógico y matemático, puesto que en la actualidad a la eficiencia mental hay que añadir el pensamiento creativo y productivo las habilidades para las artes de cualquier tipo, incluso las deportivas, y en términos más generales la capacidad de adaptación al medio en el que uno se desenvuelve.
Es por ello que un cociente intelectual elevado no es suficiente para determinar que una persona es superdotada. De ahí que esta escala, basada en el cociente entre la edad mental y la cronológica, debe entenderse como un baremo que determina la medida en que una persona está dotada intelectualmente, limitando tal concepto especialmente a las habilidades lógicas y matemáticas, del pensamiento abstracto:
- Muy superior. CI igual o superior a 130. En este nivel se sitúa el 2,2% de la población.
- Superior. CI de 120 a 129. Representa el 6,7% de la población.
- Normal-brillante. CI de 110 a 119. Así es el 16.1% de la población.
- Promedio. CI de 90-109. En este intervalo se encuentra el 50% de la población.
- Normal-bajo. CI de 80-89. Define al 16.1% de la población.
- Fronterizo. CI de 70-79. Lo cumple el 6,7% de la población.
- Deficiente mental. CI inferior o igual a 69. En esta situación se encuentra el 2,2% de la población.
La medición del CI se desarrolló inicialmente con el fin de evaluar fundamentalmente los trastornos mentales relacionados con la capacidad intelectual, aunque posteriormente se aplicó a fines educativos tratando de partir de criterios objetivos para evaluar las aptitudes de los alumnos. Pero pronto se demostró que el CI no garantizaba el acceso a lo mejores puestos laborales. Las capacidades cognitivas no eran suficientes para destacar en el ámbito laboral, sino que había otros factores tanto o más importantes, como la gestión de las relaciones sociales, las emociones o el estrés, que definen la capacidad de adaptación a diferentes escenarios, situaciones y equipos de trabajo.
Hoy los psicólogos y neurocientíficos han adoptado una concepción más darwiniana de lo que es la capacidad intelectual, definiéndola como la capacidad de una persona para adaptarse al medio en el que se desenvuelve de la forma más eficaz, lo que conlleva una gran flexibilidad y capacidad de reacción ante situaciones diferentes y en distintas condiciones y exigencias.