Los padres no sólo pueden transmitir la obesidad a sus hijos a través de los genes, es decir por herencia, sino que sus costumbres alimenticias y, en general, su estilo de vida y comportamiento pueden afectar al buen desarrollo infantil y adolescente.
Todo ello hace reflexionar sobre la conveniencia de diseñar un bioestilo tridimensional: comportamiento constructivo (educación, diversión, comportamiento intelectual), actividad física moderada y alimentación equilibrada.
Muy significativamente, los niños que crecen en una familia con hábitos alimentarios incorrectos y con un estilo de vida sedentario tienen un riesgo superior al 33% para padecer, cuando menos, sobrepeso u obesidad en su juventud.
Entre los hábitos incorrectos destacan la falta de control o planificación en la alimentación infantil así como un desayuno en fuga, es decir, escaso, rápido y casi saliendo de casa.
Estos hechos han sido estudiados en una amplia estadística por la Universidad Estatal de Arizona (National Longitudinal Study of Adolescent Health*) y presentado en agosto de este año.
"El desayuno, es la comida más importante del día y el tiempo dedicado a la actividad física predice con fidelidad la tendencia al incremento de peso. No es una sorpresa". Es decir, a más actividad física, menos peso.
Esto no significa que los adolescentes deban emplearse en un nivel destacado de atletismo o actividad deportiva. Por el contrario, los adolescentes que diversifican su tiempo en actividades diversas –asociaciones benéficas, trabajos voluntarios, artes, excursiones, religión, inquietudes de desarrollo intelectual- parecen tener menor tendencia a engordar.
En realidad estamos hablando de motivación, de ocupar el instinto a autosatisfacerse (comer y reposar) por la razón de autosatisfacción (crear, instruirse, buscar...).
Hablamos de un bioestilo donde la mente y educación de los padres debe dirigir el comportamiento de sus hijos, importantísimo punto que muchas veces los padres creen que es obligación de los centros de enseñanza, incluso recriminando a los profesores de sus hijos cuando éstos reciben censura o reconvenciones oportunas.
El comportamiento alimentario y de convivencia se aprende más en casa que en la escuela.
Se ha demostrado que en hijos de padres obesos y/o poco instruidos, existía una mayor incidencia de obesidad. Por el contrario, un nivel alto de educación, favorece la autoestima y un menor porcentaje de sobrepeso u obesidad; todo ello independiente del nivel económico familiar.
Ni las etnias ni la separación de padres tienen valor estadístico respecto a la obesidad infantil.
No se trata de utilizar un molde rígido, sino de valorar las posibilidades y adaptarlas con inteligencia –lo que excluye el agobio- a cada caso familiar y entorno social.
La unidad familiar, a la cual se tiende a minusvalorar, sigue siendo el patrón laico romano que hace a los hijos útiles o inútiles. "Cuanto más acertados se muestren los objetivos familiares, mejores resultados obtendrán los hijos cuando sean adultos".
Estructura social, directrices de enseñanza e institucionales, son la base para ese gran concierto, como es el velar por la felicidad de los hijos. Felicidad que comienza en el plato, que transcurre a través de unas normas de inteligentes de vida familiar y que termina ofreciendo a los hijos unas armas adecuadas para mejorar lo que le trasmitimos.
No olvidarlo: el desayuno variado es la comida más importante del día. Realizadla con tiempo suficiente. Controlad la tendencia al sedentarismo, juegos de consola, televisión de vuestros hijos... La actividad física, desde un paseo familiar hasta la práctica de algún deporte, debe ser estimulada por los padres desde los primeros años.
(*) Departamento de Sociología de la Universidad de Arizona. Estudio a nivel nacional (National Longitudinal Study of Adolescent Health) que abarcó una población de 6.400 adolescentes en dos períodos separados por siete años (años 1995 y 2001-2002).