La halitosis o mal aliento en los niños es un problema relativamente frecuente que, como sucede en los adultos, puede tener múltiples causas: una higiene oral deficiente, problemas relacionados con la dentición o la mucosa oral, enfermedades sistémicas puntuales o crónicas (no necesariamente relacionadas con el aparato digestivo), respirar con la boca abierta, que se haya introducido cualquier objeto en las cavidades nasales y ello haya pasado inadvertido para los padres, etc. Dependiendo de cuál sea el factor causante, podrá ser un problema transitorio (por ejemplo, si se debe a una infección) o persistente e incluso crónico (diabetes, fallo renal o hepático, etc.).
Cuando un niño tiene halitosis, una vez que se haya descartado que no está pasando por un proceso infeccioso (catarro, amigdalitis, etc.), lo primero en lo que hay que pensar es en la higiene oral. En tal caso los padres deben esmerar su vigilancia de que ésta sea realizada con la frecuencia debida y con la técnica adecuada. Si el mal aliento desaparece la causa estará clara, pero si no es así, habrá que recurrir al odontopediatra para que haga una exploración más precisa de la cavidad bucal que permita determinar si se debe a problemas dentales concretos o a una enfermedad periodontal.
Si no hay ningún signo de problemas propios de la boca, el siguiente paso es llevar el niño al pediatra, pues la halitosis puede ser un síntoma de diferentes enfermedades, por lo que será necesario realizar una exploración médica de carácter sistémico. Hay que tener en cuenta que son muy diversas las posibles patologías que pueden estar en el origen del mal aliento, entre las que cabe citar las siguientes:
- Faringoamigdalitis aguda y crónica
- Adenoiditis
- Rinitis supurada
- Sinusitis
- Absceso pulmonar
- Un cuerpo extraño alojado en la nariz o en los bronquios
- Reflujo gastroesofágico por hernia de hiato
- Divertículos en el esófago
- Gastritis
- Intolerancia a la lactosa
- Diabetes
- Insuficiencia renal
- Insuficiencia hepática
Como puede apreciarse, la halitosis en un niño no debe ser considerado nunca como un problema banal o puntual, sino que se debe tener como un signo de alarma que debe ser convenientemente investigado.