El tratamiento de la depresión infantil se plantea de forma similar a como se hace en el adulto, teniendo en cuenta la edad del paciente, el grado de depresión diagnosticado, la fase de desarrollo del niño y su maduración afectiva, funcionalidad cognitiva y capacidad de atención. En definitiva, el tratamiento debe ser individualizado, adaptándose a las características de cada paciente y recabando la participación e implicación de los padres.
Antes de iniciar cualquier tipo de tratamiento debe confirmarse el diagnóstico de depresión infantil, mediante una evaluación muy detallada de los síntomas y los factores psicosociales que rodean al niño.
En las casos de depresión leve o moderada, las directrices internacionales actualmente aceptadas determinan que el tratamiento debe iniciarse únicamente con terapia psicológica aplicando técnicas cognitivo-conductuales que le permitan identificar y corregir su manera de interpretar determinados acontecimientos que suceden a su alrededor y poder así modificar su reacción emocional y conductual ante los mismos.
En el caso de que el paciente no responda a la terapia o la depresión diagnosticada se clasifique como grave, el tratamiento deberá incluir el uso de fármacos antidepresivos, siendo la fluoxetina el recomendado como primera opción, ya que, según las autoridades sanitarias de evaluación de medicamentos, es el que mejores resultados de eficacia y seguridad ha obtenido en ensayos clínicos controlados.
Asimismo, se recomienda una evaluación clínica semanal durante al menos las cuatro primeras semanas de tratamiento. Durante el mismo deberá mantenerse una especial vigilancia de lo que se denomina ideación autolítica (tendencia suicida) con el fin de intervenir de manera inmediata en el momento en que ésta se produzca.

Implicación de los padres
En el tratamiento de la depresión infantil es indispensable la implicación de los padres, habiendo realizado una labor previa de información positiva y de las directrices que deben mantener en su relación con el hijo con depresión. Asimismo, puede incluso ser necesaria una intervención directa sobre el entorno del niño, ya se trate del ámbito familiar, como del escolar o su entorno social inmediato. Éste es el caso, por ejemplo, de la existencia de una relación conflictiva entre los padres.
De hecho, la actitud de los padres en el ámbito familiar es parte importante del tratamiento de la depresión infantil, de tal modo que se deben abandonar tendencias educativas basadas en criterios rígidos y autoritarios a favor de una actitud de diálogo y respeto hacia las preferencias y manifestaciones emocionales del hijo y una demostración permanente de cariño hacia él expresando claramente sus sentimientos. Ello favorecerá que el niño manifieste sus emociones y pueda desahogarse, además de que responda positivamente cuando se les empuje a jugar con otros niños y a reforzar e incluso incrementar sus relaciones sociales.