Se suelen producir en niños sanos de entre 9 meses y 5 años de edad coincidiendo con un episodio febril que supera los 38ºC. No se conoce bien la causa, pero lo cierto es que los pocos minutos que duran resultan aterradores para los padres, ya que el niño pierde la consciencia, se pone rígido, con los ojos en blanco y sacudidas de brazos y piernas y parece que no respira, hasta el punto de que los labios adquieren una coloración amoratada.
En ocasiones el niño pierde el tono muscular y se queda como si fuera una muñeco de trapo. Cuando vuelve en sí es normal que durante algunos minutos mantenga un estado de confusión y se sienta cansado y con sueño. Hay que advertir, no obstante, que una convulsión que dure más de 15 minutos, afecte únicamente a una parte del cuerpo o se repita en el transcurso de la misma enfermedad no es una convulsión febril normal.
Sin embargo, pese a lo alarmante de la situación, la convulsión febril no reviste ningún problema para la salud. Sí hay que señalar que suele haber antecedentes familiares de convulsiones y en general se produce en el inicio de una enfermedad infecciosa.
Cómo actuar ante las convulsiones febriles
Saber qué es una convulsión febril es fundamental para controlar el miedo que afecta a los padres, de modo que éstos puedan actuar convenientemente. No hay que tratar de parar la convulsión ni gritar o sacudir al niño. Hay que mantener la calma y si está en un lugar peligroso, hay que dejar al niño en el suelo (preferiblemente sobre una manta), aflojar la ropa ajustada (incluso desnudándolo hasta la cintura) y estar atentos a si vomita o se le acumula saliva o mucosidad en la boca. En este último caso, más si la lengua obstaculiza el paso, hay que ponerlo de lado.