El principal peligro de las dietas rápidas radica en que concentran su efectividad en el exceso de un determinado tipo de nutrientes y la insuficiencia de otros, lo que generan en el organismo desequilibrios poco recomendables. Se adelgaza rápido; sí. Pero a expensas de perder líquidos, masa muscular y poca grasa, que es lo que realmente interesa. Además, al finalizar la dieta se recupera en poco tiempo el peso perdido e incluso algún kilo más.
En función del tipo de dieta rápida que se siga, los riesgos son diferentes:
- Dietas pobres en proteínas: a este grupo pertenecen la dieta del pomelo, la del yogur, la de la pasta, la de la alcachofa, la de la patata, etc. La pérdida de peso se concentra en la masa muscular y proteínas viscerales (las contenidas en los órganos vitales: corazón, riñones, etc.). Causa un descenso de la presión arterial y puede producir arritmias difíciles de tratar.
- Dietas ricas en proteínas y pobres en hidratos de carbono: la dieta Atkins, las dietas disociadas o la dieta Montignac son algunas de ellas. Se basan en comer carne, huevos y otros alimentos hiperproteicos, y se limitan considerablemente o se suprimen los alimentos ricos en hidratos de carbono: cereales y derivados, patatas, legumbres, verduras, hortalizas y fruta. Una dieta de este tipo puede originar la pérdida de masa ósea, daños renales, fatiga y mareos, además de favorecer la deshidratación y el aumento del colesterol y triglicéridos, que son importantes factores de riesgo cardiovascular, o de la acetona, lo que puede llevar a una hipoglucemia.

- Dietas ricas en grasas y colesterol: estas dietas rápidas son de las más peligrosas y, sin embargo, de uso frecuente. Se basan en sustituir los hidratos de carbono por grasas, lo que implica un aumento del colesterol y la glucosa, lo que incrementa el riesgo cardiovascular. Se pierde peso muy rápidamente, pero se recupera inmediatamente cuando finaliza la dieta y se vuelven a tomar hidratos de carbono. La dieta JV y en general todas las hiperproteicas forman parte de este grupo.
- Dietas sin grasas: eliminan cualquier tipo de grasa, ya sea de origen animal o vegetal, lo que puede llevar a que puede producirse un déficit orgánico de ácidos grasos esenciales y vitaminas que necesitan de las grasas para su absorción en el organismo (A, D, E).
- Otras dietas: todas aquellas que son altamente restrictivas o que consisten en consumir un alimento determinado (pomelo, patata, alcachofa, etc.) en grandes cantidades. Son altamente desequilibradas desde una perspectiva nutricional y suelen ocasionar problemas digestivos e incluso algún tipo de trastorno psíquico, al romper el ritmo alimentario normal (ansiedad, depresión, etc.)
Además, todas estas dietas rápidas resultan tan monótonas y aburridas que se abandonan con mucha facilidad. Por otra parte, en su gran mayoría carecen de base científica, por lo que no han demostrado ni su eficacia ni su seguridad y sí los riesgos que llevan aparejadas, incluido el económico derivado del alto precio de las consultas y la compra de productos nutricionales.
Las dietas rápidas no llevan consigo una necesidad fundamental, como es el cambiar los hábitos de vida necesarios para que luego se pueda mantener el peso logrado.
Cualquier dieta realmente eficaz debe incluir todos los nutrientes necesarios para el organismo, hacerla bajo estricta supervisión médica e ir acompañada por un trabajo de reeducación en los hábitos alimentarios.