La rótula, que en anatomía se denomina patela, es un pequeño hueso de forma triangular y plano que se encuentra en la parte delantera de la rodilla, articulada con la tibia y en contacto con el fémur y recubierto por cartílago, cuya función en la articulación es facilitar los movimientos de flexión y extensión.
Es la parte más expuesta de la rótula y de hecho actúa como parachoques de la rodilla, por lo que el riesgo de fractura es importante en caso de fuertes traumatismos directos, como los que se pueden producir en un accidente de tráfico o en la práctica de deportes, como el fútbol, rugby o esquí. En ocasiones la fractura de rótula puede producirse de forma indirecta como consecuencia de un movimiento violento de tracción del cuádriceps (fracturas por estrés, que se dan habitualmente en deportistas).
La fractura de rótula requiere una atención inmediata, fundamentalmente por originar un dolor agudo e intenso y una incapacidad funcional de la articulación más que significativa. Otros síntomas comunes son la inflamación de la rodilla, sentir chasquidos y una movilidad anormal. Su clasificación clínica se realiza en función del lugar y la dirección de la rotura y si se ha producido una mayor fragmentación.
Para el diagnóstico frecuentemente bastaría con la palpación, ya que se pueden identificar la línea de la fractura con el dedo, pero las radiografías aportan una mayor precisión diagnóstica, ya que permiten determinar si hay fragmentación múltiple del hueso. El escáner aporta la imagen precisa de todos los fragmentos originados por la fractura. Por otra parte, en el caso de que la rotura del hueso se haya producido por estrés o por traumatismos indirectos, la resonancia magnética permitirá una evaluación del conjunto de la rodilla para evaluar otras posibles lesiones de ligamentos o meniscos.
Tratamiento de la fractura de rótula
El tratamiento de la fractura de rótula dependerá esencialmente de dos factores: si se mantiene o no la función extensora de la articulación o si alguno de los fragmentos generados por la rotura se ha desplazado fuera de su ubicación. Teniendo ello en cuenta, el tratamiento conservador consistente en la inmovilización con una escayola de la rodilla, únicamente es posible si no hay desplazamiento de la fractura y si se conserva el movimiento de extensión de la pierna. La inmovilización se prolongará durante un periodo máximo de tres semanas y posteriormente se iniciará un proceso de rehabilitación que se definirá en función del grado de consolidación de la fractura.
Si no se conserva la capacidad de extensión de la rodilla, entonces la fractura deberá ser tratada quirúrgicamente. Generalmente, la reducción de la fractura y la reparación del mecanismo extensor requiere la utilización de alambres (cerclajes) con el fin de devolver a la rodilla su total integridad. También será necesaria la posterior inmovilización de la articulación hasta que la fractura esté suficientemente consolidada.
Independientemente de que el tratamiento sea conservador o quirúrgico, la consolidación de la fractura de rótula se producirá al cabo de un periodo de entre seis y doce semanas, si bien la inmovilización de la rodilla debe reducirse al mínimo necesario con el fin de prevenir una de las complicaciones más frecuentes, como es la rigidez de la articulación. Ésta es la razón de que se aconseje iniciar la rehabilitación lo antes posible, incluso si la fractura no está totalmente consolidada.