El ligamento cruzado posterior es, junto al anterior, esencial para la estabilidad de la rodilla. Su rotura se produce por un traumatismo producido en la práctica de deportes de impacto, por un golpe o la realización de un movimiento brusco capaz de desestabilizar la articulación. No obstante, un entrenamiento adecuado que contemple el fortalecimiento del cuádriceps y los músculos de la zona contribuirá a reducir significativamente el riesgo de sufrir este tipo de lesión.
En el momento de producirse la lesión se siente un intenso dolor que impide apoyar el pie en el suelo. También se puede sentir un chasquido en el instante en que se rompe y luego una sensación de inestabilidad y debilidad al tratar de caminar. Generalmente se origina un derrame interno (hematrosis). La confirmación del diagnóstico se realiza mediante una resonancia magnética que, además, permite comprobar la existencia de otras lesiones.
Tratamiento de la rotura del ligamento cruzado posterior
Cuando el paciente que ha sufrido la rotura del ligamento cruzado posterior es una persona mayor con un nivel bajo de actividad física o en adultos sedentarios, el tratamiento será conservador, para lo que se puede utilizar una ortesis o férula especial que sujete la rodilla y evite la subluxación posterior de la rodilla.
En los jóvenes de gran actividad y los deportistas el tratamiento será quirúrgico y se deberá reconstruir el ligamento utilizando un injerto de tendón del propio paciente (autólogo) o procedente de donante (aloinjerto). El nuevo ligamento se insertará en el hueso utilizando tornillos, grapas u otros sistemas. El periodo de recuperación total después de la cirugía oscila entre los seis y los nueve meses, según cada caso.
En el tratamiento postquirúrgico será fundamental el trabajo de rehabilitación. Inicialmente hay que evitar los movimientos hacia atrás de la tibia en relación al fémur, ya que éstos pueden generar una tensión que puede causar la laxitud de la articulación, impidiendo así la correcta reparación del ligamento cruzado posterior. Con tal fin, se utilizará una ortesis o férula de control que cuente con un tope en la el extremo de la tibia y que limite el movimiento de flexión y extensión.
A partir de las 8-12 semanas de la intervención se iniciará la rehabilitación de los músculos insquiotibiales y del cuádriceps, éste último esencial para dar estabilidad a la articulación. A pesar de todo, el proceso de rehabilitación será muy lento.