El ligamento cruzado anterior se lesiona con frecuencia en la práctica deportiva, tras girar bruscamente la rodilla con el pie apoyado o al realizar un apoyo brusco del pie sobre el suelo. En la mayoría de los casos se trata de una rotura completa del ligamento, soltándose de su inserción en uno de los dos extremos. De este modo, la rodilla pierda la estabilidad al realizar movimientos concretos. Si la rotura no es completa (esguince) suele asociarse a otras lesiones de rodilla, especialmente de los meniscos.
Cuando se produce la rotura, se puede sentir un chasquido, un intenso dolor incapacitante que puede acompañarse de un derrame articular que causa la inflamación de la rodilla en su parte delantera. En el momento de producirse la lesión hay que inmovilizar parcialmente la rodilla con una ortesis recta, aplicar frío, mantener la articulación en reposo y tomar analgésicos o antiinflamatorios para reducir el dolor y la inflamación.
Tratamiento de la rotura del ligamento cruzado anterior
El traumatólogo determinará el tratamiento más adecuado en cada caso, teniendo en cuenta tanto la exploración física y radiológica (una resonancia magnética para valorar si hay otras lesiones), así como la actividad habitual del paciente. Si éste no es deportista y no existen otras lesiones, se puede optar por un tratamiento conservador en los términos descritos, ya que la rotura no producirá dolor y bastarán unas pocas semanas para que pueda reiniciar la vida habitual.
Se deberá seguir, no obstante, una proceso de rehabilitación con el fin de fortalecer la pierna de modo que mantenga su estabilidad y pueda moverse con normalidad, pero el paciente deberá renunciar a la práctica de cualquier deporte que exija la realización de giros bruscos y frenadas repentinas.
Por el contrario en las personas jóvenes, activas y deportistas la mejor opción de tratamiento es la cirugía, mediante la práctica de una artroscopia para proceder a la reconstrucción del ligamento con un injerto, ya que el ligamento no se puede reparar cuando está roto. Esta reconstrucción se puede realizar utilizando tendones del propio paciente (autoinjerto) o procedentes de donante cadáver (aloinjerto). La recuperación es más rápida cuando se trata de un aloinjerto.
La clave del éxito de la intervención quirúrgica radica en la adecuada colocación del nuevo ligamento, que se puede fijar al hueso mediante tornillos, grapas y otros dispositivos mecánicos. La cirugía es ambulatoria y se lleva acabo utilizando anestesia raquídea y se debe iniciar el apoyo del pie de forma inmediata. Entre las complicaciones más importantes de este tipo de cirugía destacan la rigidez articular, que se puede prevenir con la movilización precoz de la rodilla; la artritis séptica; y el tromboembolismo pulmonar.
La rehabilitación deberá esperar a la retirada de los puntos, que se suele realizar al cabo de diez días. Ésta se centrará en la recuperación progresiva del movimiento y la fuerza del conjunto de la articulación. La recuperación total, especialmente en lo que se refiere a la reanudación de la práctica deportiva se produce habitualmente después de seis meses. El 85% de los pacientes recuperan totalmente su rendimiento deportivo, aunque hay casos, pocos, en los que puede ser necesaria una reintervención.