Tres historias de amor de parejas con alzhéimer contadas por Reyes Llamazares, cuidadora y escritora. La autora nos desvela en esta entrevista distintas experiencias que inspiraron su relato, Una historia del amor, recogida en el libro Mientras no te olvide, dedicado a los cuidadores de personas con demencia.
14 de febrero, Día de los enamorados. Una fecha que no significa gran cosa para las casi cien personas que viven en la residencia de León, en la que trabaja Reyes Llamazares como cuidadora desde hace 24 años. Y, sin embargo, si hay un sitio en el que se debería celebrar es precisamente aquí.
Reyes ha sido y es testigo de muchas de las mejores historias de amor. Historias de amor hechas a prueba de balas. A prueba de decepciones, de sufrimientos, de penalidades, de convivencias, de rutinas, de años y años de estar juntos, y a prueba, ahora, del alzhéimer. Y, sin embargo, como ella dice, “la literatura no se ocupa de ellas”. Quizá, por eso, ella sí.
Reyes estudió Biblioteconomía y Documentación, pero, en el verano de 1994, hace ya 24 años, probó a trabajar en una residencia para cubrir una sustitución durante las vacaciones y sacar un poco de dinero. Aquella experiencia “le enganchó”, y a partir de ahí encauzó su vida hacia la Geriatría.
“A mí me gustan las personas mayores, me gusta escuchar sus experiencias, su sabiduría, su forma de ver la vida. Además yo conviví con mis abuelos y con una bisabuela. Éramos una familia que vivíamos todos en la misma calle. Las casas de mis abuelos, tanto maternos como paternos, estaban a cien metros de la mía”, explica.
Pero, además de ser cuidadora, a Reyes le gusta escribir. “Marta, una compañera de trabajo, me pasó la información sobre el concurso literario Pienso en ti, porque sabe que yo hago mis pinitos con esto de la escritura. Hice el relato y lo mandé, y tuve la suerte de que se seleccionara y se publicara en el libro Mientras no te olvide”.
Su relato, Una historia de amor, es fruto de sus 24 años de experiencia, un trabajo que le ha permitido ser una testigo privilegiada de muchas historias de amor que se viven en la residencia en la que trabaja.
Primera historia de amor entre un marido y su esposa con alzhéimer
“No me he inspirado en una historia concreta, intenté recoger detalles de varias. Por ejemplo, me acuerdo mucho de una pareja de unos 90 y tantos años. Él estaba en una silla de ruedas y ella tenía demencia. Todos los días cuando se levantaba, lo primero que él hacía era acercarse para acariciarle la mano y darle los Buenos días. Tenían solo una hija, y cuando ella iba a verlos, él solo quería que atendiera a su madre. Como él estaba en una silla de ruedas, la hija no podía sacar a pasear a los dos. Y él siempre decía: ‘tú vete con tu madre, que yo me quedo aquí viendo la televisión’. Lo reconozco, eran mi debilidad”.
Reyes en su relato lo describe así: “… mientras observo embelesado ese cuerpo menudo del que tu mente se alejó hace tiempo, esos ojos antes tan expresivos y que hoy miran al infinito. Y acaricio con la yema de los dedos la dureza de la vida grabada en cada arruga de tu rostro”.
También recuerda la historia de amor de un marido cuya mujer tenía una demencia en una fase muy avanzada. Ya no podían sacarla a pasear. Solo podían levantarla de la cama y sentarla en una silla de ruedas. Los hijos venían a ver a sus padres, pero el marido no podía salir con ellos.
“Él me contaba que sus hijos le daban mucha pena porque no podía estar más con ellos, pero que él no podía dejar sola a su mujer. ‘Lo único que quiero’ –me decía- ‘es que si mi mujer tiene un momento de lucidez, que vea mi cara, que sepa que no está sola”, recuerda Reyes.
Y a pesar de que el alzhéimer es una enfermedad dura, implacable con tantas cosas, a veces, pone los valores en su sitio.
“Había un señor, al que siempre le decíamos que era la guinda de todos los pasteles porque se apuntaba a todo: jugaba a las cartas; si se organizaba un excursión se apuntaba; iba a los bolos, al gimnasio… hasta que un día a su mujer le diagnosticaron alzhéimer. Para él fue un mazazo tan gordo que se borró de todas las actividades. Yo le intentaba animar, pero él me decía que se sentía incapaz. El tiempo que tenía lo quería pasar con ella, porque el tiempo que no estaban juntos era un tiempo perdido. ‘Lo único que siento –me confesó- es haber tardado tanto en darme cuenta”.
En Una historia de amor, Reyes lo relata así: “Tu enfermedad ha dado un vuelco a mi escala de valores: la palabra amor ha cobrado una importancia hasta ahora desconocida, mientras todo lo demás pasa a un segundo plano. Todas las cosas que antes consideraba básicas y que creía que llenaban mi vida, me parece absurdas y tan lejanas en el tiempo que, cuando pienso en ello, me da la impresión de que ése no era yo, que se trataba de una persona distinta”.
Pero todas estas historias de amor, y tantas y tantas otras permanecen en secreto, ocultas ante una sociedad que vive de espaldas a los mayores. “Estas personas tienen muchos problemas para expresar sus sentimientos. Creo que mucha culpa la tiene la sociedad. Parece que no es lícito que los mayores sientan amor, que este sentimiento es solo cosa de jóvenes. Por eso, pienso que son muy reservados, porque muchas veces no quieren incomodar a los demás mostrando lo que sienten”, explica Reyes.
Las historias también tienen un final. El alzhéimer se encarga de ello
Es el momento más duro. Lo es tanto para el que se va como para el que permanece. O quizás no. Quizá el que se queda también se va.
“Es muy duro cuando fallece uno de los dos. Cuando muere, por ejemplo, el que está enfermo, la otra persona, que ha estado durante muchísimo tiempo dedicándose al cien por cien a cuidarle, siente un vacío tan grande que nada lo llena. Esa persona, luego, cae en picado. Muchos de ellos, a partir de ese momento, fallecen con un intervalo de pocas semanas o de meses, porque ya no encuentran la motivación para seguir viviendo”.
Es duro para ellos, y también para Reyes, su cuidadora, porque también ella vive su propia historia de amor.
“Son muchos años estando con ellos y les coges mucho cariño. Cuando ves que se van deteriorando física y mentalmente, que su calidad de vida ya no es la que era, es muy duro. Y el adiós definitivo, es durísimo. Hay que asumir que es así, pero sencillo no es”, declara.
Un sentimiento que describe en estas líneas:
“A fin de cuentas, a nuestra edad, los años ya no significan nada, lo único realmente importante es dar significado a los días. Decía Neruda: ‘Si nadie nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”. Y quizá del alzhéimer.
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