Algunos estudios y encuestas que se han realizado muestran que el 56% de las personas se sienten cansados y faltos de energía y concentración cuando llega la primavera. La sintomatología es muy variable y contempla desde un sentimiento de tristeza para el que no se encuentran motivos a:
- Fatiga muscular.
- Dolor de cabeza.
- Pérdida del apetito.
- Alteraciones del sueño.
- Irritabilidad.
- Apatía.
- Disminución de la libido.
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Necesidad de realizar un mayor esfuerzo para realizar cualquier trabajo.
Son dos los factores con los que la llegada de la primavera produce una serie de alteraciones en el organismo que justifican todos esos síntomas: la subida de las temperaturas y el aumento de las horas de luz diurna –más aún si se tiene en cuenta que al poco de llegar los relojes se retrasan una hora–. Y esas alteraciones, en cierto modo, podrían explicarse como una reactivación del organismo tras el letargo hibernal.
Los cambios de temperatura, por ejemplo, los vasos sanguíneos se dilatan y con ello se produce un ligero descenso de la tensión arterial, lo que justifica en parte la sensación de cansancio y fatiga muscular. También se suda más, y ello supone que el organismo necesita movilizar una mayor cantidad de los líquidos en él almacenados para satisfacer las necesidades de los tejidos. A la postre, la sintomatología es muy similar a la que se puede tener al inicio de un cuadro de deshidratación.
Por otra parte, el aumento de las horas de sol tiene un efecto directo sobre la secreción de melatonina, que es la hormona que regula los ciclos de vigilia y sueño y que el organismo produce en función de la luz natural exterior. En primavera se empiezan a alargar los días de un modo evidente. Pero también se produce el cambio horario que implica adelantar los relojes una hora, con lo que los cambios en la regulación de la melatonina son más drásticos de lo normal afectando directamente al sueño: se duerme menos tiempo y se descansa peor, lo que genera un mayor cansancio y sensación de abatimiento general.
A la postre, se trata de una situación transitoria que se mantiene en tanto el organismo se adapta a las nuevas condiciones ambientales, ajustando el reloj biológico. Los cambios climáticos propios del inicio de la primavera pueden alargar un poco más la situación, pero lo normal es que la sintomatología desaparezca en un plazo no superior a las dos semanas.
Los cambios en la alimentación, incorporando más frutas y verduras frescas y la práctica de ejercicio ayudarán, sin duda, a minimizar los efectos de la llegada de la primavera.