La endocarditis se define como la inflamación del endocardio, que es el tejido que recubre las paredes interiores del corazón. Suele ser originada por una infección bacteriana –y menos frecuentemente por virus y hongos– y se caracteriza por la formación en distintas partes de las cámaras y válvulas cardiacas de coágulos constituidos generalmente por colonias de bacterias plaquetas y fibrina. Desde la perspectiva epidemiológica, los hombres son más proclives a padecerla que las mujeres, en una proporción de incidencia de tres a uno.
No obstante la infección –también, aunque raramente, puede ser de origen no infeccioso– no es la única condición para que se produzca una endocarditis, sino que es necesaria la existencia previa de una alteración del endocardio, sea por causas patológicas (cardiopatía congénita, valvulopatías, etc.) o por la presencia de algún tipo de cuerpo extraño, como un catéter o un implante intracardiaco (prótesis valvular, marcapasos, etc). Cumpliendo estas últimas condiciones, cualquier infección que se adquiera (urinaria, dental, respiratoria, etc.) puede desencadenar la endocarditis si alcanza el torrente sanguíneo. De ahí que se consideren factores de riesgo en estos pacientes cualquier tipo de infección dental o actuación odontológica que implique sangrado, la colocación de una vía para la administración, la drogadicción por vía parenteral, sufrir una septicemia o tener defectos cardiacos congénitos.
Síntomas
La endocarditis puede presentarse de forma aguda o con la aparición lenta y progresiva de los síntomas que la caracterizan, en cuyo caso se denomina subaguda. Hay una serie de síntomas que son comunes a ambos tipos: escalofríos, dolores articulares, hematuria o dificultades respiratorias. Sin embargo, cada uno de ellos se manifiesta y evoluciona de diferentes maneras.
En la forma aguda los primeros síntomas son siempre fiebre elevada, que puede alcanzar incluso los 40º C, y una aceleración de la frecuencia cardiaca, además de fatiga. Asimismo, esta forma de endocarditis induce de forma rápida lesiones en las válvulas cardiacas y los coágulos que se forman en el endocardio podría desprenderse y trasladarse a otros órganos, provocando lo que se denomina síndrome séptico, lo que causaría la total pérdida de función de estos órganos y, como consecuencia, incluso el fallecimiento del paciente.
En lo que respecta a la endocarditis subaguda, la fiebre es más leve y tolerable, si bien la lenta progresión de la enfermedad induce otros síntomas, como la aparición de manchas en la piel (palmas de manos y plantas de los pies, uñas y en la conjuntiva ocular), anemia, pérdida de peso y una sudoración excesiva. En este caso, puede ser una enfermedad de larga evolución, pues se corre el riesgo de que el diagnóstico se pueda dilatar en el tiempo y pasen meses sin que se trate, lo que hace que finalmente los riesgos de complicaciones se equiparen a los de la forma aguda.