De "Historia de la Alimentación en las Autonomías del Camino de Santiago"
Carlos R. Jiménez
El Camino de Santiago el llamado Camino Francés- es una vía de más de 800 kilómetros que dibuja un sendero de nutrición metafísica -meditación, contemplación, arte y devoción al Apóstol- y otra versión de alimentación metabólica "ubérrimos manjares necesarios para fortaleza del cuerpo y agradecimiento del alma", nacidos estos últimos en la riquísima y variada producción regional de navarra, aragonesa, riojana, castellano-leonesa y gallega.
Los huertos de los monjes aparecieron como hecho providencial. Eran organizadas Unidades Agropecuarias Monacales, incluidos hornos de pan y a veces piscifactorías, con una benéfica sistematización de trabajo, en favor de un vecindario mal alimentado y explotado por la oligarquía feudal.
Desarrolladas en el siglo XI por iniciativa caritativa de los monjes benedictinos cluniacenses y bajo protección real, fueron de gran trascendencia para el Camino y sus comarcas, revitalizando principios religiosos disipados y amparando tanto a peregrinos como población mayoritariamente campesina, sumida en condiciones muy difíciles.
El trazado tortuoso de las veredas y los continuos actos de pillaje, el vasallaje servil y la carencia de medios de abastecimiento eran causas que incrementaban las calamidades.
Pan, vino, queso y legumbres, más carnes y pescados de diferente reparto, calidad y conserva según particularidades eran fundamentalmente racionadas con el arte, imaginación y precariedad de las provisoras campesinas amas de casa o con la caridad y mesura monacal. ¡O con abundancia pantagruélica en los festines feudales!
Sus monjes trazaron una línea de conducta espiritual coherente y una introducción a las materias primas de esa alimentación medieval.
Tras la sexta y nona (comida y cena) bastarían "en todas las mesas dos manjares cocidos" porque "si no pudiere tomar del uno, coma del otro". A tan frugal propuesta para nuestro siglo, que no en la Alta Edad Media, se añadía "si hubiera posibilidad, frutas o legumbres tiernas... y una libra de pan al día"; pero si el trabajo era excesivo "esté al arbitrio y facultad del abad añadir algo más".
Evitando, ante todo, "el exceso y la indigestión" pues "no es nada tan contrario en un cristiano que la crápula". Templanza para todos y prohibición de carne de cuadrúpedos, "salvo a los enfermos muy débiles".
La Regla de San Benito (capítulo XL), se muestra imaginativa y comprensiva en la tasa del vino, sabiendo la importancia que en aquella época significaba el pan y el vino, para unas condiciones de vida de gran gasto físico y cortas provisiones:
- "Cada cual tiene de Dios un don particular, uno de una manera y otro de otra: sin embargo, considerando la flaqueza de los débiles, creemos que basta a cada cual una hemina (medida de capacidad romana calculada a 0.273 ml o medio sestario -algo más que un cuarto litro-) de vino al día". A los abstemios los halagaba diciéndoles que "sepan que tendrán especial galardón".
Si sería importante lo del vino que haciendo una nueva reflexión apostillaba: "Mas si la necesidad del lugar, o el trabajo, o el calor del estío, exigieren más, esté a la discreción del superior, procurando, que jamás se de lugar a la saciedad o embriaguez".
El vino debía ser objeto de necesidad más que de deseo, porque insiste San Benito convencido de que el vino es impropio de los monjes (no se les puede convencer de ello) "convengamos al menos no beber hasta la saciedad, sino con moderación". Y sentencia: "vinum apostatare facit etiam sapientes", es decir, "el vino hace apostatar aún a los sabios".
Por último a los posibles contestatarios les da un aviso: si no hay mucho donde servir o absolutamente nada "bendigan a Dios los que allí viven y no murmuren". Vamos, que si no hay vino... ¡resignación, hermano!
Artículo firmado por el Dr. Carlos R. Jiménez
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