El mundo actual de trabajo permite poco espacio entre jornada laboral de mañana, tarde o noche. Ello ha desarrollado comedores empresariales atendidos con mayor o menor cuidado, dependiendo del esmero o monotonía de los responsables de la cocina, y también de los controles que se establezcan para que "no decaiga la fiesta" del sabor y la calidad.
Comer en casa es sinónimo de descanso, de calidad de selección, de alimentos, de sabores personalizados. De ahí, que las cenas hayan tomado el relevo a la comida en familia. El cocinar en casa conlleva unas peculiaridades culinarias que inciden en el sabor y la personalidad de los menús.
Los platos caseros –incluidos algunos precocinados de calidad- nos retrotraen a tiempos donde el poder comer ya significaba un logro. Épocas donde potajes, legumbres, pan de tahona, vino o embutido casero eran comunes.
Caldos, guisos, verduras, empanadas, estofados de legumbres, cocidos y paella, salmorejo y pipirrana, quesos, migas o tasajo más el vino se han mantenido a lo largo de los años. Y a pesar de que la industria alimentaria nos ofrece ciertamente alternativas muy valiosas, siempre la cocina regional sigue perenne en nuestro recuerdo.

Comer en casa es regresar al descanso y evitar en parte que se hagan cenas como si fueran comidas. Y también es objeto de poder seleccionar una mejor higiene de alimentos, calidades y sabores. Es ello tan cierto, que los restaurantes se afanan en anunciarse como especialistas en comida casera. La clave reside en preparar despensa y frigorífico. Y un consumo abundante de agua.
No debemos olvidar que la comida casera a veces peca de exceso en aceite o frituras y un holgado consumo de pan, lo cual significa exceso de calorías y por tanto facilidad de sobrepeso. Más aún si nuestro trabajo es sedentario. Hay que cuidar grasas, pan y vino. El control en el uso de aceite, embutidos, frituras, pan y vino es la clave de mantener un buen peso.