Es fundamental que los dientes de leche permanezcan en su sitio antes de que los definitivos, íntimamente unidos a las raíces de los primeros, les empujen y les hagan caer para ocupar su sitio. De no ser así los dientes permanentes pueden crecer fuera de lugar o torcidos, por lo que en caso de que se rompan a consecuencia de algún traumatismo, lo más indicado es acudir a la consulta del odontopediatra lo antes posible.
Él valorará las consecuencias de la rotura, teniendo en cuenta diferentes factores:
- Si la pulpa dental ha quedado expuesta o no.
- Si la rotura afecta a la raíz.
- Si el diente se mueve o se ha desplazado de su posición habitual.
- Si se ha producido algún cambio en la coloración del diente.
- El estado de los tejidos circundantes (encías y ligamentos).
Una cosa importante antes de acudir al odontopediatra es si la rotura del diente ha sido limpia (hay un solo fragmento) o si por el contrario se ha roto en varias partes. En el primer caso habrá que guardar el trozo roto en un recipiente con un poco de leche o suero fisiológico y llevarlo al dentista, pues cabe la posibilidad de que pueda pegarse. Si no es así, podría reconstruirse el diente fracturado con una resina especial. Puede ser también necesario realizar un tratamiento pulpar específico para los dientes de leche y, en algunos casos, tener que extraer lo que queda del diente de leche.
Posteriormente, habrá que hacer un seguimiento (a la semana, a las tres semanas, a los tres y seis meses y al año) para detectar eventuales complicaciones que puedan surgir. Una de ellas es que el diente cambie su coloración al cabo de unos días, adquiriendo un tono gris e incluso negruzco. Esto supondría que el diente se está necrosando y que sería necesario un tratamiento pulpar o bien su extracción.
También puede aparecer una pequeña llaga supurante en la encía que rodea el diente (fístula vestibular) o que éste muestre sensibilidad a la presión o los cambios de temperatura. En ambos casos será necesario un tratamiento específico.