Mientras se realiza ejercicio aeróbico (correr, caminar, marchar, pedalear, etc.), el oxígeno inspirado actúa metabólicamente oxidando las grasas, las proteínas y el glucógeno de los músculos. Pero esto no empieza suceder hasta transcurridos tres minutos de esfuerzos y con una frecuencia cardiaca elevada, de aproximadamente 150-170 pulsaciones por minuto.
Así, la denominada resistencia aeróbica se denomina como la capacidad de mantener un esfuerzo de distintas intensidades de forma prolongada, de modo que se mantiene el rendimiento sin que aparezca la fatiga. Para adquirirla, se necesita tiempo de correr regularmente o de realizar de forma habitual un ejercicio aeróbico.
Con la resistencia aeróbica se mejora la capacidad pulmonar y también la eficiencia de los músculos torácicos, implicados en la respiración. De este modo se incrementa la cantidad de oxígeno que se consume por minuto, facilitando la eliminación de las toxinas almacenadas en los músculos y aumentando la capacidad de prolongar el tiempo durante el que se puedo realizar un esfuerzo continuado sin sentir la fatiga. Además, la resistencia aeróbica conlleva una serie de beneficios que afectan fundamentalmente al sistema sanguíneo y al metabolismo.
Resistencia aeróbica y corazón
El principal efecto de la resistencia aeróbica sobre el sistema circulatorio es que aumenta el volumen cardiaco de ambos ventrículos y por tanto la capacidad de bombear sangre, tanto de entrada como de salida. Además induce un aumento del número de capilares y alveolos, por el oxígeno llega en mayor cantidad y con más rapidez a todos los músculos, favoreciendo la eliminación de grasas e hidratos de carbono. Asimismo, mejora la circulación de retorno.
Fisiológicamente todo ello se traduce en que la frecuencia cardiaca durante la realización del esfuerzo alcanza cifras de 140-170 pulsaciones por minuto, lo que permite mantener e incluso aumentar el ritmo de carrera, controlando la fatiga. Pero también permite una rápida recuperación después del esfuerzo, de modo que en poco tiempo la frecuencia cardiaca se sitúa en cifras muy bajas, de 40-50 pulsaciones por minuto y normalizando la presión arterial en reposo.
Además de todo ello, la resistencia aeróbica permite aumentar el número de leucocitos, linfocitos y glóbulos rojos, reforzando el sistema inmunológico y favoreciendo la actividad renal.
De todos modos, es conveniente mencionar la conveniencia de complementar el ejercicio aeróbico con el anaeróbico, es decir aquél con el que se realizan ejercicios breves pero de alta intensidad. Éstos permiten aumentar la potencia, ganar masa muscular y engrosar las paredes del corazón y los vasos sanguíneos, aumentando así su resistencia y fuerza. La combinación de ambos tipos de ejercicio aportará por tanto una buena salud cardiaca.