La vida y el trigo aparecieron en nuestro planeta, antes del Diluvio Universal, o sea, hace al menos unos 8.000 años. Desde la bíblica trompita de Noé, se han sucedido excesos de diversa intensidad y trascendencia, siempre favorecida por la reputación dionísica de Baco –Dionisos en griego- reflejo de la embriaguez jocosa y despreocupada –bacanal– que tanto adicto ha procurado.
España ha dado y da buen vino desde tiempos romanos, que cuando aquí entraron, nos romanizaron y utilizaron nuestras tierras celtibéticas para proveer su despensa de vino, trigo y aceite.
Lo cierto es que las tres especies prendieron obviamente en el paladar hispánico. El vino ha sido y es símbolo tanto religioso como festivo o energético de primer orden desde tiempos pre-evangélicos hasta nuestros días.
No obstante, recordemos que el vino y los licores tienen como base esa sustancia volátil, capaz de hacernos subir a los altares o dejarnos caer sumidos en la más profunda de las borracheras: el alcohol etílico.
Mucho se ha hablado de las bondades o inconvenientes de las bebidas alcohólicas, desde la cerveza hasta el más puro güisqui escocés, pasando por eso que denominan "caldos" los exquisitos expertos y que nosotros llamamos vino.
Sea por fermentación o destilación, las bebidas que contienen alcohol deben ser utilizadas con prudencia. El alcohol exige un trabajo extra del hígado, órgano que sin ser un alambique es capaz de neutralizar el efecto deletéreo de muchas sustancias no recomendables, como lo es el alcohol. Tan es así, que ni se plantea utilizar cerveza, vino, ginebra... en la alimentación de las crianzas.
Las propiedades beneficiosas que se le otorgan al vino y a ciertos destilados, son debidas en buena parte a los pigmentos y sustancias que contiene la uva o la sustancia vegetal de donde proceda el licor y no del alcohol.
¿Entonces...? Obviamente no voy a ir en contra de una industria milenaria. Más que industria arte de la ciencia, paciencia y de la buena elección.
Mi interés se centra en considerar el uso inconsecuente de cualquier bebida alcohólica como posible fuente originaria de trastornos metabólicos, personales y familiares a través de conductas que pueden desembocar en el triste y lamentable trastorno de alcoholismo o cirrosis.
En suma, consumir prudentemente y no como hábito, las bebidas fermentadas (vino, cerveza). Y muy ocasionalmente, las destiladas (licores). Siempre en razón a que están buenos y no por que sean buenos. Vida sedentaria y consumo de bebidas alcohólicas, malos compañeros de viaje.