El diagnóstico de una alergia alimentaria es complejo y requiere descartar la posibilidad de que se trate de una alergia alimentaria o de otras patologías que puedan generar síntomas similares a los que sufra el paciente. Los test cutáneos de hipersensibilidad –siempre realizados bajo control médico–, pueden identificar el alimento que genera la reacción inmunitaria, pero también será necesario determinar cuál es la proteína que genera la sensibilización.
Además debe establecer la relación entre los síntomas, su intensidad y la ingesta del alimento en cuestión, ya que en una proporción significativa de los pacientes (30%) su ingestión sólo genera una expresión subclínica de la enfermedad.
En lo que respecta al tratamiento, la única opción es la eliminación total de la dieta del alimento que causa la alergia. Y para ello habrá que poner mucho cuidado a la hora de leer las etiquetas de alimentos envasados y precocinados, conocer los aditivos y su origen y advertir siempre sobre su condición de alérgico cuando se coma fuera de casa.
También habrá que eliminar de la dieta aquellos otros alimentos con los que pueda existir una alergia cruzada.
No obstante, será el alergólogo quien dé las recomendaciones precisas en este sentido, pues existen muchos matices y variaciones en función de alimento causante de la alergia alimentaria.
En algunos casos puede existir la opción de un tratamiento farmacológico, bien mediante de la administración subcutánea de un anticuerpo monoclonal (omalizumab) cada 2-4 semanas o mediante vacunas (parenterales u orales). Asimismo, en la actualidad la imnunoterapia oral permite controlar el 90% de los casos de alergia a la leche o al huevo.
Cuando los síntomas causados por la alergia alimentaria son severos se recomienda a los pacientes llevar siempre encima un kit de adrenalina para inyectársela en el caso de que se produzca una reacción alérgica como consecuencia de una ingestión no voluntaria del alimento al que se es alérgico, al encontrarse enmascarado en la preparación de otro.