El estrés como entidad patológica no aparece de forma repentina sino que se desarrolla siguiendo un patrón en el que se diferencian tres fases:
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Alarma: se produce cuando una persona se enfrenta a una situación complicada o nueva ante la que el organismo reacciona considerándola como una amenaza real y se prepara para afrontarla con energía, poniendo en marcha el sistema endocrino para que se incremente la producción de diferentes hormonas, entre las que cabe mencionar a la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol.
Esto se traduce de forma casa inmediata en una reacción fisiológica que se caracteriza por el incremento de la frecuencia cardiaca, la tensión arterial y el ritmo de respiración y produciendo un estado de tensión generalizado en los músculos. Es una situación de amenaza ante una situación concreta que se resuelve tras afrontarla o huir de ella, volviéndose a normalizar tras consumir toda la energía previamente liberada.
- Resistencia: se produce cuando se mantiene en el tiempo el estado de alarma en el que ha entrado el organismo o éste se reproduce de forma reiterada. Inicialmente el cuerpo se adapta a esta situación, pero luego acaba por llegar el cansancio y con él a aparecer los primeros síntomas como consecuencia del esfuerzo realizado. Éstos pueden ser dolores de cabeza, sensación de fatiga, contracturas musculares (especialmente en el cuello, la zona lumbar y la espalda), problemas de memoria, alteraciones del sueño, irritabilidad y cambios de humor, sensación de fracaso, actitud pesimista, tendencia a comer más, estado de ansiedad, etc.

- Agotamiento: si se llega es en la que pueden surgir los verdaderos problemas, especialmente si se agota la capacidad de resistencia a la que se ha sometido al organismo, lo que genera una nueva situación de alarma que se suma a la anterior y entrando en un encadenamiento que prolonga la situación de estrés más de lo deseable y acaba por debilitar el organismo hasta el punto de afectar al sistema inmune, reduciendo su capacidad para neutralizar la acción de los microorganismos; al sistema circulatorio aumentando la frecuencia cardiaca y la tensión arterial hasta el punto de favorecer la posibilidad de sufrir un accidente cardiaco o cerebrovascular; y pudiéndose producir crisis de pánico o ansiedad, así como otras afecciones, como la exacerbación de eccemas, la aparición de úlceras en la mucosa oral, diarrea, dolores intestinales, etc.