Las trompas de Falopio es un conducto cuyo propósito es posibilitar la llegada del óvulo hasta el interior de la cavidad uterina. Tienen una longitud de 6 a 9 centímetros desde los extremos superiores del útero hasta los ovarios. El extremo de cada trompa se ensancha y adopta una forma de embudo, constituyendo un orificio de mayor diámetro para facilitar la caída del óvulo en su interior cuando éste es liberado por el ovario. Los ovarios no están unidos a las trompas de Falopio, pero se encuentran suspendidos muy cerca de ellas gracias a un ligamento. Los ovarios, de color perla, tienen una forma oblonga y son algo menores que un huevo cocido.
Los cilios (prolongaciones de las células, similares a pelos que se mueven en vaivén que recubren el interior de las trompas de Falopio) y los músculos de sus paredes impulsan el óvulo hacia abajo a través de estos tubos. Cuando un óvulo encuentra un espermatozoide en la trompa de Falopio y es fertilizado por éste, comienza a dividirse. En un período de 4 días, el diminuto grupo de células sigue dividiéndose mientras se desplaza lentamente hacia abajo por la trompa hasta llegar al útero. Se adhiere a la pared uterina, donde queda fijo; este proceso se denomina implantación o anidación.
A las 20 semanas de embarazo, cada feto femenino cuenta con 6 o 7 millones de oocitos (células ovulares en desarrollo) en los ovarios y nace con alrededor de dos millones de oocitos. En la pubertad, sólo quedan entre 300 000 y 400 000 para madurar y convertirse en óvulos. Cada ciclo ovárico mensual culmina con la maduración y liberación de, al menos, un óvulo, en ocasiones más de uno. Los miles de oocitos que no completan el proceso de maduración degeneran de forma gradual y, tras la menopausia, no queda ninguno.