Un niño bien alimentado no tiene por qué necesitar suplementos nutricionales y para ello es suficiente con una dieta equilibrada en la que estén presentes y en las proporciones adecuadas alimentos de los cuatro grupos de la pirámide alimenticia. En cualquier caso, el pediatra es la única persona cualificada para definir si un niño necesita una suplementación de vitaminas y minerales y, en su caso, cuáles y qué dosis necesita.
Estos suplementos sólo son necesarios cuando hay un déficit alguna vitamina o mineral concreto, como puede ser el caso del hierro si padece una anemia, algunas enfermedades que debilitan el organismo del niño o situaciones propiciadas por una mala alimentación, como es el caso del raquitismo.
El que algunos padres decidan suministrar a sus hijos un complejo vitamínico y mineral es una decisión que nace de su propia inseguridad acerca de la alimentación que proporciona a su hijo, además de falsos mitos y una mala información. Un caso concreto es el de los suplementos de calcio y zinc que se les da cuando se considera que no han crecido lo suficiente para su la edad que tienen. Pero sólo hará efecto si realmente existe una carencia apreciable de estos nutrientes, lo que debe determinar el pediatra mediante el estudio correspondiente. Si no es así, el suplemento nutricional no aportará nada al niño.
Hay que tener en cuenta, además, que el exceso de ciertas vitaminas y minerales puede incluso se perjudicial. Un ejemplo es el del zinc. Demasiada cantidad en el organismo de este mineral puede producir náuseas, vómitos, pérdida del apetito, cólicos, diarreas y dolores de cabeza.
Pero, además, si la ingesta es excesiva y se prolonga en el tiempo su acumulación puede afectar al sistema inmunológico, reducir los niveles en sangre de lipoproteínas de baja densidad (HDL, el conocido como colesterol bueno) e incluso causar trastornos neurológicos. Es el equivalente a una intoxicación por zinc.
Todas las vitaminas y minerales en exceso pueden ser perjudiciales para el organismo. Lo aconsejable, por tanto, es que los padres se ocupen de ofrecer a sus hijos una alimentación equilibrada y variada y dejen al pediatra las decisiones sobre la conveniencia o no de incrementar el aporte de vitaminas y minerales mediante la suplementación nutricional.