En la costa del malagueño San Pedro de Alcántara, mucho antes de que existiera el Puerto de Banús y su parafernalia, fue donde aprendí a degustar el flamenco, a comer sardinas y a saber lo que era un chiringuito veraniego.
Había algas, soledad marina en las playas y la mar arrastraba más cantos rodados y caracolas hasta la arena. De tanto en cuanto, se divisaban varadas algunas repintadas barcas con sus grandes farolas para atraer la pesca nocturna. Sentados en la arena, era habitual ver a los pescadores afanados en repasar las redes.
De esos pescadores nacieron las cantinas, chigres o chiringuitos playeros. Rústicas y humildes construcciones de uralita y tablas, levantadas por los dueños de las barcas. Poco más que un sombrajo con mostrador. "Los chiringuitos son un pretexto para huir del hastío y del aislamiento, una demostración de que el ser humano busca paliar la sed metafísica y metabólica en compañía."
Los espetones de sardinas, asadas al rescoldo de una hoguera, ensartadas con caña cortada de los cañaverales cercanos y clavada en la arena, eran la "joya de la corona". Como guinda, gambones, chopitos y a veces chanquetes.
Todo recientito y fresco. Al igual que el vino tinto con sifón, cerveza y -como no– refrescos de cola, naranja y limón. No había cubitos de hielo. El hielo en barras se lo trajinaban a diario los pescadores desde la fábrica de hielo. Vasos que se lavaban en un barreño - ¡no existían contagios! – y amabilidad que enjuagaba con creces cualquier defecto.
El tiempo pasó rápido. Ya casi no hay algas en las playas ni se lavan los vasos en barreño. Y se ven más barcos y menos barcas. Las leyes y los favores se han desarrollado. Los chiringuitos de uralita ya son piezas de museo. Se han normalizado según reglamentación y reproducido profusamente. Aunque sabrosas, las sardinas son más pequeñas.
Y –eso sí- hay "mucho tomate". Todo es más aparente, incluso la higiene, y más caro. No obstante, si orilleas la playa, te sorprenderá encontrar aun alguna rústica cantina varada en el tiempo.
Los chiringuitos han invadido el interior. El calor estival y la nostalgia del refresco playero hace de los chiringuitos ciudadanos una especie de puerto, donde se reposta un poco de paz y se descarga agobio. La sardinas se sustituyen por boquerones en vinagre, los chopitos por patatas "chips" y la brisa del mar por abanicos. No obstante, son focos refrescantes de convivencia al aire libre.
Los chiringuitos son, más que un lujo ciudadano, una necesidad, fenómeno de una sociedad que necesita verse, hablarse, comunicarse. Un pretexto para huir del hastío y del aislamiento. Una demostración de que el ser humano busca paliar la sed metafísica y metabólica en compañía. Una confirmación de que los humanos somos sedientos "animales sociales". Sobre todo en verano.